martes, 15 de marzo de 2016

El álbum de mi familia no es otro libro cualquiera



El álbum de mi familia no es otro libro cualquiera de brujos y brujas. No es la fantasía heroica, y alta fantasía, que recrea la típica historia de amor y la intervención de un brujo malvado, con dragones y fuego, en estos propósitos; no es la rendición del mal, burda y repetidamente contada. Se trata de un cuaderno pensado como sistema desde un inicio, donde el argumento fluye, como el hilo de Ariadna, sin detenerse; se trata de una historia potable, no por sencilla menos profunda o menos sagaz, no por tener un lenguaje llano y huérfano de metáforas, menos compleja y menos abarcadora. Se trata de un libro que, ante todo, siente, y eso es una ganancia insoslayable, el debido respeto por el lector infantil. Sabe que no es un consumidor tonto y que su inteligencia y razonamientos ante el cuento son impensables, por eso va construyendo, con cuidado, una especie de ciudadela donde coloca los engranajes y revela personajes para incentivar al pensamiento y estimular una preocupación por el mensaje. Es la acción, junto al álbum familiar (entendido como objeto), el protagonista verdadero de este libro, porque en ella se concentran las inflexiones más altas, pero también los espacios de reposo, allí están los cambios fundamentales y los desenlaces, que son numerosos durante el transcurso de la lectura.
Existe un narrador-personaje que narra desde la primera persona, haciendo coincidir su espacio con lo narrado y familiarizándose de una forma natural y rápida con el lector. Se siente más cálido, más cerca, más amigable. Hay un tiempo psicológico que se activa desde el comienzo, cuando la protagonista abre el álbum de retratos de la familia para colocar uno nuevo, y entonces decide ir a su pasado, contar la leyenda, recrear los escenarios y porqués, en cada toma fotográfica. Los personajes sucesivos, dueños de un árbol genealógico gigantesco, son presentados directamente: hay descripción de su apariencia, de sus acciones y sus pensamientos. El punto de vista del nivel de realidad logra disiparse haciendo común lo fabuloso, tratando de la manera más corriente la existencia de estos seres míticos.
A través de la forma narrativa, la autora es capaz de vislumbrar, a la vez, la historia y el discurso. Ambos comunican emociones, hay conflictos, contradicciones entre los protagonistas, hay crisis, peripecia y resolución del caos, por eso, los infantes tendrán en una sola mano una narración que puede ofrecerle muchas ganancias desde varios puntos de vista.
La noveleta se desarrolla como una caja china donde cada argumento va insertándose en el anterior, esto ofrece solidez y empuje narrativo, tiene un final circular, debidamente trazado. No hay digresión ni empleo desafortunado de lugares comunes, las descripciones son coherentes y siempre dinámicas. La imaginación es la base desde donde se construye el todo y luego se baña en una especie de extrañamiento que no perjudica, sino que dinamiza la historia de estos brujos malévolos. Esa es una de las virtudes más claras del libro: la historia es de una familia de brujos maléficos, con todos sus matices, con sus verdades, problemas e integridades; eso lo hace novedoso y se salva, automáticamente, del héroe perfecto que ya es poco creíble por los niños. No hay aquí, aunque existe la moraleja, un deseo inanimado de educar a los infantes con las mismas frases y según los mismos pasos, sino una invitación a reflexionar junto al devenir de los personajes, de la pertinencia, o no, de ser de tal forma, actuar o decir, de otra. Se aleja también, de los diminutivos y fraseos cortos o sosos que erróneamente, en algún momento y algunas personas, han identificado como literatura infantil.
Otro aporte es el elemento cómico dentro del cuento, como en la página 23, en la medida que va ofreciendo las características de dos personajes jimaguas, este dice: “Eran tan parecidas que hasta sus padres las confundían todo el tiempo. Mientras estaban calladas no se sabía cuál era cuál, solo se distinguían al hablar, ya que Rosilda era gaga”. También tiene relevancia la inserción de elementos que intentan explicar la existencia y aparición, en el mundo de los brujos, de determinados elementos identificativos: aquí está el descubrimiento de la primera escoba voladora, de la primera bola mágica (Sibilosa: “Su primer gran descubrimiento lo hizo por accidente cuando, preparando una poción para visualización, cayó en su caldero un ojo de hipocampo que reaccionó con la sal de pimienta del conjuro y se hinchó absorbiendo en su interior todo el líquido que se estaba cocinando. (…) en el fondo de su caldero había una esfera grande y blanca que después de secarse dos días a la luz de la luna, fue la primera bola mágica”.), del primer castillo en el aire y de la primera compañía de artículos para brujería.
Una poética casi imperceptible se ilumina más hacia el clímax fundamental de la novela, cuando la princesa Alba le canta a su hermano durante todo un año para devolverle sus recuerdos. Finalmente lo logra y este hecho provoca la reducción de los límites de la tierra tenebrosa, y es bueno reiterar, la reducción de los límites de la tierra tenebrosa.
El álbum de mi familia, de Hecmay Cordero Novo, fue premio Fernandina de Jagua de la ciudad de Cienfuegos en 2011 y ahora Mecenas lo reimprime, porque, como dijo Astrid Lindgren: “Con la sola compañía de un libro, el niño crea imágenes en algún lugar de la cámara secreta del alma que supera a todas las demás. Estas imágenes son fundamentales para los seres humanos. El día en que los niños ya no logren crear estas imágenes será el día en que la humanidad caiga en la pobreza”.


Presentación en La Cabaña del libro El álbum de mi familia, 2016

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