miércoles, 10 de julio de 2013

El vendedor de periódicos

Un señor arrastra periódicos, cadenciosamente. La nube de polvo hace inútil el reflejo de los carros vacíos. Todo es santo en la tierra del pecado. Concluyen las semanas como gatos suicidas y las noticias regresan, impúdicas y borrachas, de algún burdel conocido.

Una niña arrastra arcoíris que no tienen sombras en colores, sin ritmo visible. Se corta las trenzas de su abuela y las arroja en el lodazal de la casa. Pinta el vestido con barro, la piel, la muñeca de viento; se aleja, sin imaginar cuánto salvará en la distancia.

Las semillas de los hombres acaban, y los periódicos no atinaron nunca, ni avisaron a tiempo el holocausto.

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