lunes, 3 de junio de 2013

Decadencia italiana


 “El ojo adquiere en esta ciudad una autonomía similar a la de la lágrima. La única diferencia es que no se separa del cuerpo, sino que lo subordina totalmente”.

J. Brodsky

1. La muerte en Venecia


Situado en las cosas innombrables está el camino que sigues, como si persiguieras algún blanco conejo que siempre se dispersa. Continúas. La ciudad espera demasiado mientras te escurres evitando explicaciones.

—Prefiero explicarme mis respuestas— piensas y colocas el pie sobre la cebra.

No has almorzado, pero hay poca plata que suene en la cartera. Dos pesos bastarán. La hamburguesa sobre el plato.


“Oscuras siluetas de cúpulas y tejados de iglesias cubrían todo el telón de fondo; un puente se arqueaba sobre la negra curva de un curso de agua, cuyos extremos alcanzaban el infinito. Por la noche, en el extranjero, el infinito se encuentra a la altura de la última farola, y aquí estaba a veinte metros. Había una gran calma. De tanto en tanto, pasaban unas pocas embarcaciones débilmente iluminadas, perturbando con sus hélices el reflejo de un gran cartel luminoso de CINZANO que trataba de asentarse sobre la negra capa de grasa de la superficie del agua. Mucho antes de que lo lograra, retornaría el silencio”.

Así describió Brodsky a Venecia en la excelente Marca de agua, pero sabes que tu ciudad italiana no se asemeja a la del poeta ruso. Vences la cola y la dependienta te recibe con un amable:

—Oye, de aquí pa’cá caballero, que estoy yo sola, arriba no se me sienten allí, arriba, arriba.

Te escurres hasta una banqueta anterior, alejándote de las góndolas y del mar. El expendedor de refresco tiene una gotera que es recuperada (luego de resbalar por el aparato y el soporte de lozas) más abajo en un pozuelo. La señorita pasa apresurada cuando advierte que está lleno el pote por lo que lo vuelve a esparcir sobre el refresco que más tarde servirá en vasos a ingenuos clientes.

Espantas las moscas con frecuencia, pero son persistentes: no se alejan del cuerpo. La meseta poblada de puntos negros movibles. La hamburguesa se demora. Seeeee demoraaaaaa.

La señorita se molesta porque, a esa altura, hayan arribado más clientes, se le nota en el rostro, terriblemente. Crees que da igual, que de todas formas se molestará por cualquier cosa, porque ese es el requisito para contratar dependientes: que se irriten con facilidad. Si le pides refresco de naranja se molesta, o si de botella, o si te sientas donde desees o si apareces o si protestas porque cuando vinieron las hamburguesas le han servido a casi todo el mundo menos a ti.

Sales aturdido por el paisaje veneciano. Ya en tierra firme abres el pan y examinas el grosor de la hamburguesa (casi inferior a 1 cm). Pero todo parece estar diseñado para que el único que no tenga derecho a molestarse por barbaridades como esas, barbaridades que no cambian, seas tú.

La muerte, también, ocurre como un desmayo.

2. Gioventus

Lasaña y canelones nunca estuvieron en el menú, excepto un lucini pálido de queso y en extremo disminuido (no ocurriendo así en pizzerías en CUC u otros establecimientos en otras provincias). Especialidades italianas se lee en el tótem de la entrada. Menuda falsa propaganda.

El día que llegué a la pizzería serían las 8:00 p.m., y me extrañé demasiado de la ausencia de cola, sin advertir que la cuestión quedaría totalmente justificada minutos después. El salón es amplio y muy caluroso. El aire acondicionado estaba roto, pero solo podían abrir las ventanas laterales por las cuales no circulaba ninguna brisa. Las delanteras (que dan al Prado) estaban prohibidas para no asustar con el degradado paisaje a la clientela en CUC.

Los manteles sucísimos, igual los cubiertos. Uno sudando desesperadamente. Ofertas fantasmas y finalmente una piza sin la suficiente cocción. En la mesa próxima, en un plato de espaguetis, batallaban entre ellos para llevarse la escasa vita nova. No había queso para el postre. Nunca he entendido tales distribuciones.

Garantizar un mínimo de limpieza y calidad en los productos es obligación para estas y cualquier instalación. ¿Dónde están los funcionarios que velan por ello?

Que a nadie extrañe la preferencia por sitios de cuentapropistas, y la visible banca rota que absolverá a numerosas instalaciones estatales, aunque ello signifique otro peso imposible de cargar para el salario de la clase trabajadora.

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