martes, 27 de noviembre de 2012

Inquietudes como arena

El personaje-de-este-comentario camina dándose cuenta que todo el mundo está apurado todo el tiempo y que pocos se detienen en las esquinas o en las cebras. Pocos se detienen. Todos están preocupados, y no les falta razón: hacer magia con el salario y esperar por el trasporte público, por ejemplo, no son cuestiones para relajarse. La noche oscurece a la ciudad cuando aún nadie —o los menos— se han dado cuenta que la vida es menos y que uno se desgasta.

El personaje-de-este-comentario le preocupa que cada vez te atiendan peor en los establecimientos públicos, que la gente se grite a mitad de la calle, que los choferes de la Yutong dispongan quién viaja y quién no por encima de todas las listas de espera. Y después no entiende que el pasillo de la guagua soporte más viajeros, a los cuales no les queda otro remedio (por la falta de espacio) que recostarse casi totalmente sobre los demás pasajeros, sobre el personaje-de-este-comentario. Ha viajado con más peso encima. Igual los choferes. Con más pesos.


El personaje-de-este-comentario se incomoda cuando en CADECA se le lanzan personas como avalanchas de nieve que nunca ha visto. “Va a cambiar algo ahí”, y tiene ganas de responderle como se debe, pero solo lo mira, calla y pregunta el último. “¿Qué va a hacer vender o comprar?”, y quisiera explicarle a los insistentes señores —o señoras— el por qué no negociará nunca con ellos, pero de seguro jamás lo entenderán. Calla y vuelve a pedir el último.

El personaje-de-este-comentario no quiere que cuando camine contra reloj porque la guagua hace 45 minutos que no pasa, lo llamen señores bien vestidos que nunca sudan y le digan: “taxi, taxi”. El día que pueda tomar uno ya se encargará de pedirlo.

El personaje-de-este-comentario aún no tiene hijos, pero unas mañanas atrás, como pudo sucederle a cualquier padre, ha sucumbido frente a las vidrieras de las tiendas. A veces, solo a veces (cuando se acercan las fechas navideñas, por ejemplo) es muy difícil digerir que un juguete cueste hasta el triple de una prenda de vestir; a veces es muy difícil inventar excusas para que un niño comprenda de economía y más aún soportar el llanto por un juguete que nunca cobrará vida mientras él duerma.

El personaje-de-este-comentario hace un tiempo que decidió no comprar ningún pomo que no fuera sellado en la shopping. Misteriosamente a la mayoría le falta un buen tramo para llegar al tope y ese no es un defecto de fábrica. ¿Qué sucede?, ¿fantasmas?, ¿acaso el precio no es ya alto como para comprar algo adulterado? El personaje-de-este-comentario piensa que se debe tener mucho cuidado, no se puede permitir llegar a esos extremos. Ni a otros más sencillos como no devolver el vuelto, o en las placitas, suponer que el usuario donará de forma voluntaria al dependiente algunas libritas de lo que compra.

El personaje-de-este-comentario está cansado de esa costumbre nacional de citar para una hora y comenzar dos después, de los negociantes que en las esquinas te venden hasta alfombras mágicas y de que, obligatoriamente, haya que recargar el saldo del celular todos los meses cuando aún se tiene dinero en el móvil.

El personaje-de-este-comentario le duele la apatía de los tiempos y le parece muy raro que de un restaurante del bulevar saliera Papá Noel incitando al público a consumir las ofertas del lugar. Y le preocupa que el jabón desaparezca a cada rato en los mercados industriales y se cuestiona por qué siempre hay materia prima para los que se venden en CUC.

El personaje-de-este-comentario no quiere caminar apurado todo el tiempo, ni engullirse en la frialdad de los sin sentidos.

El personaje-de-este-comentario atina a soñar muy a menudo, y le parece que escribe.
 

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