miércoles, 15 de febrero de 2012

La pantalla

 "… pero sucede que hoy el tiempo se ha sentado a mi mesa, / y me ha mirado / con un ojo tristísimo".

Yamil Díaz Gómez

Ya no es la de ayer, no tiene la piel tan blanca ni la sonrisa tan virgen. Ya no hay jóvenes que se toman de la mano, como sin querer, como si nadie los viera, y se sientan frente a ella a robarle luceros a la noche. Tampoco vienen los ancianos, con pasos lentos, a recordar cómo surgió el cine en siglos anteriores, ni a llorar, a lágrima viva, al amparo de unos cuantos intrusos. Ella enfermó, hace un tiempo, y las imágenes se le escaparon de la piel.

No sé bien a dónde se marcharon, no sé si murieron el día que la nostalgia se les coló entre las venas o si se dispersaron por la ciudad con gritos de auxilios. Pero no vinieron ambulancias con sirenas, ni sueros; tampoco hubo enfermeras con manos que reaniman, o vacunas o medicamentos. Solo silencio. Después de las luces: solo silencio.

Los funerales se perdieron entre los papeles del deceso, y las coronas de flores nunca llegaron a tejerse. No aparecieron los sepulcros, ni los velorios, ni señores extraños vestidos de negro, pero con sacra oratoria entre los labios. No asomaron despedidas y esta ciudad, que es toda mar y toda salobre, no acudió a saturar la bahía. Nadie se percató de cuándo, o cómo, murió la pantalla del Prado de Cienfuegos.

Antes, dudo que hubiera un lugar más alegre, solo era cuestión de aguardar por la oscuridad. Un gran proyector, desde el otro extremo, salpicaba de historias la pantalla. Las películas profanaban la tranquilidad de los espacios con una facilidad asombrosa y obligaba a muchos a detenerse ante la magia de los fotogramas. Una vista sorprendente, y asientos, sin filas ni colas, bajo la comodidad de la noche.

Y las imágenes, en su afán de movimiento, violaban los límites del cuadrado, saltaban sin mucho impulso e invadían también las ventanas de las casas anexas, los balcones, los portales… Después regresaban, aún con la presión de los inicios para enseñar los créditos, el final. Pero nadie entristecía, al día siguiente podían volver para repetir el ritual.

Era un sitio mágico, una porción en sepia, de ayer, en un presente demasiado agitado, un regalo distinto para quienes se les acabaran los refugios. Era, sin dudas, una especie de ceremonia sagrada, a la vista y con el permiso de todos. Era.

Hoy el tiempo le corroe las memorias. El óxido la invade, y de a ratos se retuerce en medio de la cotidianidad. Nadie la recuerda, no es más que un decorado en desuso, una simple pantalla que no respira, ni sonríe, ni es feliz como antes. Y ella, con un rostro tristísimo, se recuesta a una puerta donde hay un señor, con nombre insensato, que la mira y se burla.

4 comentarios:

  1. que bello, Meli, algún día te robaré letras a ti también...jajaja me gusta mucho tu blog. Un abrazo, Leydi.

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  2. Leydi: pues bien, te autorizo para el robo, jajajaja. Graciassssss muchas, me pone muy contenta que te gusten estos pedazos de letras. Un beso grande.

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    1. quería llamarte este fin de semana, pero luego descubrí que no tengo tu teléfono..quería decirte que leí y recorté tu Eumelia de Juventud Rebelde, ya la utilizaré en mis clases...y también que recibí un 5 de Septiembre de hace unas semanas, también con un trabajo tuyo...qué bien!! De verdad, no es pura formalidad, me gusta mucho este blog, tus crónicas, tus letras.

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    2. Leydi amor, no eres solo tú la que no tiene mi teléfono, ajajjaja, yo tampoco, estoy incomunicada hija. Te puedo dar los del 5 para lo que necesites (522144- 522636 -521906).
      Y gracias, gracias, gracias por recortar a Eumelia y por tomarla como material en tus clases, eso me hace muy feliz, de verdad. Qué bien que te lleguen los 5 de Septiembre y que te gusten los trabajos, pues más todavía...
      Sé que tú no eres de las de "pura formalidad", sé que lo dices en serio, por eso te lo agradezco mucho más. Y este blog, mis crónicas y mis letras, son también tuyas, eso no lo dudes. Un besoteeee.

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