miércoles, 13 de julio de 2011

Discurso en bloque

 
  Ya no hay amaneceres color esperanza en mi ventana, ya no existen crepúsculos que sangren en el cielo, ya no vuelan los pájaros en su afán de tejer las nubes, ya no encuentro música detrás de un caracol, ya no aspiro el color de la vida, ya no siento reír al futuro, ya no sé si volverán los sueños y las estrellas al cielo, y si alguna caerá para conceder deseos, y si cruzaré mi camino hallando un mendigo al que abrazar, y si volveré a respirar el sabor del aire, de un susurro, del invierno, de la huella pintada por los peces en el mar, el paladar inconfundible de la canción que habré dejado de escuchar porque el tiempo duele cuando pasa, pero pasa lento, invariable, pero mutila mis sentimientos, pero desaparece a mis algas, mis guitarras, mis flores, mis poemas, mis lunas, mis resplandores, mis soles, mis constelaciones, mis letras, mis enciclopedias, y ya no hay adivinanzas, ni exotismos, ni imprentas, ni féretros, porque es muy común andar de novios con la muerte, y se han puesto de moda los impíos, los perturbadores de la paz, los que laceran fantasías y reparten por mi cuarto implosiones de mariposas, y luego el polvo tupe los sentidos, y aniquila los poros de las orugas, y todo se vuelve blanco, y no se ve, no hay ojos, bocas, narices, dientes, orejas, no hay tímpanos que capten el ruido ensordecedor de las carabelas riendo y haciendo señas por la casa.
 
Pero cuando los espantapájaros comiencen a levantar el vuelo, cuando los engranajes se rompan, cuando las hipotecas desaparezcan, cuando los cuentos sean mentiras, entonces descubriré dónde han ocultado a la lógica, a la madurez, a la sensatez y dónde encontraremos por fin: ríos dulces, montañas de azúcar, árboles acaramelados y perros que coman hierba o la fumen, y que hablen con las onomatopeyas “miau”, o “cuac” o “mu”; cuando eso suceda ahumaré bajo alguna llovizna momentánea a la coronaria, y solo entonces comprenderán por qué duele tanto, por qué sangran mis palabras, por qué aletargo el momento, por qué coqueteo con el porvenir, y por qué te regalo a ti mi eterna virginidad, y por qué estás siempre a mi lado, y por qué tengo un lecho que como cotorra te repite; y ya le puse vendas y mordazas, pero finalmente es tu culpa que mi ventana cuarteada esté empañada, y que las cortinas suspiren y de todo, el todo que se hace tan pequeño en mi mano, cuando, definitivamente, ya no hay…

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