viernes, 3 de junio de 2011

De roble y aureola (+ Fotos)

Foto: Ismael Francisco
 Mira bien sus manos. Con toda la pasión que tengas, y más, después, mucho más… con la paciencia que no se encuentra ni en el límite de las palabras, con el vacío en el alma provocado por mañanas sin libertad y sin sol para las cunas de niños mestizos… Mira despacio: los pliegues, la forma de las uñas, la danza de los nudillos contra el viento; mira, mira las manos de alguien que no es de este tiempo; y comprenderás de cuánto tiene que despojarse un hombre para cambiar los destinos de siempre, para volcar las desgracias en cumbres de luz.
  Pudo haber sido una mañana cualquiera, la de su nacimiento. Una mañana anónima, perdida en algún camino oculto que llevara hasta Birán. Pudo ser una mañana que empujó el eje de la Tierra, y nunca nadie lo supo. Nadie. Por eso lo dejaron florecer, porque los mandriles que subyugaban a la Isla eran incapaces de imaginar cómo de las entrañas de una madre podía emerger la salvación de una era. Ellos no lo supieron; y aquella mañana, secreta quizás, que ahora también se resiste al paso turbio de las horas, está detenida, para siempre, desde el instante del llanto de un niño.
 
Pudo tener una niñez normal, olvidada del tiempo, despojada de los pesares y de los tantos héroes que ya habían muerto. Pero no fue así. Los sentimientos de los gigantes retumban en las paredes y en los cimientos desde bien temprano. Así, de a poco, con pasos también de siete leguas, fue palideciendo del mismo odio que sentía Martí por los tiranos; y fue grande, muy grande cuando apenas levantaba unos pocos centímetros del suelo.
  Las épocas están pintadas con sus palabras, y tienen como molde el sudor clandestino que salía sereno de su frente, el olor a pólvora, a fusil, a talante de un revolucionario que lo abandona todo por la suerte de la patria. Y arremetió con esa fuerza contra las paredes del Moncada, paredes que debieron sostenerse bien fuerte para no caer, y a pesar de eso: cayeron. Embistió, con su bigote a medio formar, contra los nombres herejes de los gobernantes de turno, y soportó la marea en el Granma, y sobrevivió a los combates, porque abandonar a Nubia no fue nunca una opción.
  Siempre estuvo ahí, con esas mismas manos, las manos de hoy, y de mañana. Estuvo para hacer libre la bandera, el himno, los hombres…; estuvo de pie, porque no permitió siquiera una duda en las rodillas, estuvo con los ojos abiertos, porque hasta enero de 1959 no pudo dormir en paz.
  Entonces uno lo ve reír, y le parece que la sonrisa misma es el amparo eterno. Uno lo ve levantar las manos, saludarte, mientras te hace cómplice de cuanto forjó para salvarte. Uno lo ve cargar el futuro con tanta seguridad, con tanto ímpetu, con tanto rigor, que ya nada peligra. Uno lo ve arrancarse el dolor del pecho para colocarlo en la raíz de aquella rosa fúnebre, y uno también llora, pero en silencio, para que él no lo sepa. Uno lo ve hombre, lo ve amigo, lo ve ¡tan común!, que se resiste a comprender cómo esas simples manos pudieron ser las redentoras.
  Las ocho décadas que lo separan de la niñez, las tienes recogidas en su empuñadura. Y son admirables, únicas… Por eso decir su nombre no puede ser un acto común. Decir Raúl es tanto, que no cabe en estas letras, ni en las de después.

Foto: ismael Francisco




Foto: Ismael Francisco

Foto: Ismael Francisco

Foto: Ismael Francisco
Foto: Ismael Francisco

No hay comentarios:

Publicar un comentario