martes, 31 de mayo de 2011

Los ángeles también descienden de las montañas

Foto: Ismael Francisco
Debe llamarse Helen, por esa forma de peinarse al medio…

Alexis Díaz-Pimienta
 
  No la conocí. No la conozco. No sé cómo se llama, ni cuál es su juego preferido. No sé si le gustan los huevos bien fritos para el almuerzo, o si se acomoda en los árboles para mirar el suspiro de las montañas. No lo sé. No sé cuál es su casa, ni el nombre de su mamá, ni en qué mes nació. Debe tener unos 7 o 9 años, por el color de la pañoleta. Más no lo sé bien. La vi una mañana con su mochila colgándole de los hombros, y se me coló por el centro del iris. Desde entonces la llevo guardada como el mayor de los tesoros.
  Venía pegada a la orilla de la carretera. Como temiendo de la ferocidad del tráfico. Pero los parajes de Guamuhaya son muy tranquilos, y casi no los invaden monstruos en ruedas. Aún así venía entre los bordes, cuidando de no pisar demasiado el asfalto, y de no maltratar demasiado la flora. En la mano llevaba un pomo de agua, inmenso, que también regresaba cansado y vacío después de la jornada matinal junto a las palmas.
 

lunes, 30 de mayo de 2011

¿Me estoy poniendo vieja?

  El aire se me adentraba por los pies. Caminaba sin prisa cuando me sorprendió una voz a mitad de la oscuridad. Apenas llegaba hasta mi rodilla. Una niña pintada de noche me estaba mirando con unos ojos cómplices, despeinada, descalza, y con la felicidad de la infancia revolcada por todo su cuerpo. Se acomodó el blumer, que le molestaba por debajo del vestido pícaro, volvió a mirarme y me pidió con una expresión irresistible que le cruzara la calle.
  La tomé por la mano, fuerte, y juntas llegamos al otro extremo. Al soltarla, me volvió a mirar con aquellos ojos malditos y dijo de a un tajo:
  - Señora que olor más rico usted tiene.
    No sé. Al final no sé: si en realidad olía bien esa noche, o si es que ya me estoy poniendo vieja.

viernes, 27 de mayo de 2011

Un siglo pintado sobre la piel

Hueles a rosa y se te abre en rosa / toda el alma rosada (…). / Rosa tú eres… Y una rosa larga / que durará mañana y después de / mañana.

Dulce María Loynaz.

  El peso de los años lo lleva sobre los hombros, por eso ya no puede caminar muy bien. Entonces se sienta en la silla de ruedas y, despacio, le da otro empujoncito al tiempo. Los ojos aún se le enamoran de los recuerdos que lleva tatuados en la frente, y aunque no escucha como antes, ni ve como antes, ni es como antes; abraza al viento con los susurros de sus manos, lo tuerce, lo acomoda, y graba sobre él toda la historia de sus 100 años, que ya ha empezado a saltarle de la mente.
  Juana Daniela Sánchez Segrera me dijo que no sabe por qué, ni cómo, ha durado tanto. Y asombra su talante de mujer de épocas lejanas, de mujer que vivió en blanco y negro decenas de sucesos de esta tierra, de mujer de otro siglo, de otra edad, de otros pensamientos… Se siente bien, bastante, dice, y me reveló que el único secreto para caminar por los años sin caerse, ha sido trabajar, y trabajar muy duro.

jueves, 26 de mayo de 2011

Él también pudo ser Jacques Daguerre (+ Fotos)

El fotógrafo va como si fuera /
una mano de Dios, un 
elegido. / Impávido. 
Inclemente. No se altera (…).
El fotógrafo sabe que lo 
espera / la soledad, la 
risa o el olvido. /
Y una mujer con ojos de 
madera. / Y un espejo de 
vidrio envilecido.

Alexis Díaz-Pimienta

  Hay calma detrás de sus manos. Una calma que sube hasta los hombros y se acomoda, lúcida, a descansar sobre el pelo. Luego baja por las cejas, e intranquilamente se detiene en el centro del iris. Hay magia encima de sus ojos, debajo de los párpados, delante de la piel. Hay una suerte de caballero andante que hace de sus molinos los gigantes más pródigos, y de su lanza, la más perfecta de las construcciones. Hay misterios repartidos entre sus poros, hay enigmas, seguridades, desaciertos; y después están esas estrellas, en punta sobre la cien, y los cometas, las nubes, las alas de cucarachas, el pedacito de azúcar, la carretera, el café, la colilla de cigarro, el casco, los horizontes…

Agujero en la sonrisa

  Se le quedó enganchado en un pedacito de queso. Salió como quien ya no tiene ganas de estar y dejó un tilín de sangre sobre la encía. Salió valiente, pero triste. Abandonar el nido nunca será tarea fácil. Sabe que no volverá a morder el pedacito de pan de la merienda, ni a bañarse en leche, o a sentir el cosquilleo del cepillo.
Sabe que terminaron las charlas nocturnas y esas palabras a medio decir. Por eso, esta tarde, lo vi un poco más pálido.
  Pero a ella le hace mucha ilusión. Pícara: no quiere que el ratoncito Pérez le traiga otro ejemplar, sino una moneda. ¿Qué se comprará?, no lo sé. Algún otro juguete para llenarle de regueros la casa a mamá, y luego romperlo para descubrir de qué está hecho.
  Ahora lo alza como el mayor de los trofeos. Lo merece. Y lo recorre en alto por toda la casa. Ya los vecinos lo saben, lo sabe el cangrejo que vive en la acera, lo saben sus libros de cuentos (uno de Alexis Díaz-Pimienta, se ha puesto muy contento), los de colorear, su bicicleta, sus zapatillas de ballet…: a mi sobrinita se le ha caído el primer diente. Ahora tiene un agujero en la sonrisa.